lunes, noviembre 19, 2018

Lugares para recomponer familias

Los ojos de los grandes girasoles
contienen silencios recién llegados
donde la luz se encoge
hasta hacerse diminuta como un punto
por donde iniciar pespuntes
para unir familias rotas.


Para penetrar en ellos
las agujas de los cactus
parecen propias al remiendo,
son agujas incompletas
carentes del más mínimo agujero
y en ocasiones
son capaces de engendrar flores hipnóticas
de colores agrios o salientes,
de formas falsamente impares,
bellas sin amago de disenso,
flores que diluyen el conflicto
con su apariencia de dignidad perpetua
pero con la esencia tan
efímera como una llama.


A la hora de elegir lugares dulces
para enmendar la plana a los recuerdos,
lugares propicios al futuro
capaces
de reparar inviernos,
de superar agravios asentados
en el cimiento agudo de las tripas;
a esa hora digo,
hay que tener en cuenta el tiempo:
la civilización que nos atañe,
el cuarto de la luna, los relojes,
la posición del fuego con respecto
al resto de familias descompuestas.


Aún con todas las notas adiestradas
para prender alfileres al compás
de viejas melodías
soplando a favor del reencuentro,
aferrados los símbolos esféricos
a barrotes yacentes;
aún captando el momento exacto
en el que todos los bebés del mundo
acaban de rendirse al sueño,
saboreando el
reconfortante canto de sus madres,

aún así no es fácil.

Ni siquiera sabemos si es conveniente.

Recomponer familias tiene el riesgo
de la fragilidad y la ceguera
de las espinas de los cactus,
de la fugacidad de la belleza,
de la incapacidad del tiempo
para retener un instante,
de la tenacidad de la materia
que jamás reposa en el espacio.

Si hay lugares propicios
yo apostaría por las pupilas
que recogen silencios
de los girasoles grandes,
pero antes de recorrer esos lugares,
quizás,
sólo quizás

los borraría del universo.