viernes, diciembre 13, 2019

TIERRA


Soy una oruga blanca que escala vértebras de mi columna,
una hilera de hormigas dibujando escalofríos,
un enjambre acurrucado entre el hígado y el páncreas,
un montón de mariposas
quietas en los pliegues nefríticos.

Soy barro y lodo horadado,
albergue henchido de vida,
una lombriz esbelta
que se expresa con su vientre,
un insecto negro, una semilla,

una semilla.

Soy una semilla blanca que escala pliegues nefríticos,
una hilera de escalofríos dibujando hojas secas,
una tela de araña oculta
entre las vértebras de mi columna,
soy larva, huevo, simiente,
soy futuro aletargado,

soy vida.

lunes, noviembre 25, 2019

INVISIBLE

Había lugares donde ser invisible:

Un aparador en el pasillo;
al entrar te volvías pez,
ese pez que de puro quieto
se convierte en roca.

Una mesa de grandes faldas
como panzas de gallina
repletas de plumas y hermanas.

Un hueco tras el sofá,
donde nadie vendría
a echar su aliento en tu espalda.

Un nido de abrazos incorpóreos
que se esconden contigo
en el rincón de aroma mágico
que te hace invulnerable.

Un montón de camas
bajo las que nunca llueve
y el vértigo desaparece.

Había cuevas confortables
en cada rincón
como úteros recientes
a los que volver
cada vez que un practicante 
sádico y desalmado
llamaba a la puerta.

En días como hoy,
cuando cantan “a por ellos”
aporreando escrúpulos
con su clamor viril,
sería un consuelo
reencontrar esos huecos.

lunes, septiembre 30, 2019

Si silbo un segundo antes que el jefe de estación

Si silbo un segundo antes que el jefe de estación
el tren se mueve.
Si le pido al sol que se esconda a la hora precisa
provoco el ocaso.
Puedo hacer que las olas se vuelvan al mar
y que las ramas del olmo de mi ventana
me saluden.
Puedo incluso parar trenes,
hacer que ignoren
la tentación unívoca de la velocidad.
Sólo tengo que dar órdenes en el momento justo.

Hay un solo tiempo en el que no puedo entrar:
allá donde las niñas guardan como tesoro infame
sus llantos ignorados;
donde quizás mueran las vías
solas y deformes
como elefantes viejos;
donde se ahogan sueños
mientras los barcos cierran sus ojos inertes.

Hay un lugar al que no quiero mirar
si no me protege una cortina de lágrimas.
  

lunes, marzo 25, 2019

VIVIR EN CLAVE DE SOL


Hay momentos para ser hipocampo
y otros en cambio
propicios para la ira.

Ser caballo de mar tiene ventajas,
no puedes sembrar semillas
y sentarte a verlas crecer,
pero a ratos llevas la tripa llena de larvas.

No te enfadas, no te empapas de un atardecer
mientras escuchas una pieza interpretada por las hermanas Caronni,
no sabes que hay gente que no sufre
cuando ve los ojos de un náufrago pidiendo ayuda.

Puede que perderte las armonías del ocaso
y los trazos sinuosos de las Caronni
se compense nadando en clave de sol
y construyendo columnas de baile en pareja
mientras atas y desatas besos en espiral;
aunque a tu lado caigan cuerpos inertes
cuyos ojos ya no suplican.

Muchos días
cuando el aire se llena de deseos malditos
plagados de cuchillas rotas
y de súplicas ignoradas,
yo quiero ser hipocampo
y concentrarme en escupir miles de clones por el ombligo.

Pero luego recuerdo que no sé bailar sin música
y que quizás un silencio de mar
me llenaría los ojos
de algo
demasiado parecido al llanto.

miércoles, marzo 13, 2019

Colección de cadáveres


El trazado de su vuelo
se paró abruptamente
como si en su carrera
hubiera encontrado de repente un abismo.
Las batidas de sus alas
se hacen rápidas, bravías, inútiles;
con la última se pliegan
tozudas, como mandíbulas furiosas.
Sus latidos palidecen
hasta reducirse a diminutos lunares azarosos.
Su falsa voz invisible
se aleja de la vida
a través de la finísima aguja
que atraviesa su cuerpo.

Luego la delicada blancura
de una mano
separa con mimo las dos partes
siamesas reflejadas,
sin polvo vital
sin el brillo que aboca al movimiento,
sin miedo a morir,
convertidas en lienzos exánimes
de siluetas bellísimas.

La caja rebosa color simétrico
como una fotografía en 3D
que acumula prototipos
de todas las formas sublimes,
de todas las combinaciones hipnóticas
de pigmentos aparentemente aleatorios.

No pesan, no se pueden tocar, no se mueven,
no vuelan, pero existen
pétreas y ausentes
en un azul leve e impreciso,
el azul de todos los principios,
con trazos profundamente curvos
como son los trazos que imitan la vida,
un azul que se muda en tonos contracorriente,
blancos, naranjas, negros, transparentes,
que un día crepitaron en el aire
provocando enormes primaveras,
y hoy yacen, reliquias fósiles,
víctimas de su hermosura
y testigos mudos del capricho
de quien cree poseer
una morgue gloriosa.

sábado, febrero 09, 2019

¿Qué fue de los estorninos?



Había cientos de estorninos,
tantos que su sombra apagaba la dolorosa claridad del otoño.
Anhelábamos volar,
vivir suspendidas en el falso silencio
de los cantos
que los nuestros habrían dibujado
para que nunca nos perdiésemos;
anhelábamos jugar con el aire cálido y frío,
en un fuego helado que se burlara
de nuestra loca trayectoria.
Pero estábamos abajo,
hipnotizadas por el lienzo mudable,
respirando aquella extraña música
limpia a tropezones,
demasiado grande para utilizarla de cobijo;
tumbadas en el suelo, muy juntas,
como si fuésemos hermanas que esquivan el sueño
a través del cuento reinventado cada noche
por una madre común.

Los pájaros se mofaban también
con su lluvia viscosa.
Una gota se estampó en la mejilla de Julia
que alzó su dedo buscando culpas,
entonces las risas del cielo
se fundieron con las nuestras.
Aún resuenan
en la caja torácica de aquella plaza.

No sé qué fue de los estorninos,
del cielo nublado
siquiera por plagas de langostas,
en el peor de los casos
por simples hormigas aladas.
No sé qué fue de la vida a tropel
en manada desbocada,
de las carcajadas en la calle,
que nos guiaban los sueños,
ni entiendo
cómo
se puede ser niña sin ellos.

jueves, enero 10, 2019

Persuasión

Convencí a las olas de quedarse quietas,
inmóviles unos segundos,
con su espuma congelada
 y el agua a punto de caer.

En la playa los paseantes
creían que se había parado el tiempo
y buscaban con la vista signos de vida,
de movimiento.
Sólo el mar estaba impávido.

Fue tan fugaz que no hubo ocasión de almacenarlo.
Los que lo vieron olvidaron la escena por imposible.
Y así cayó la proeza en saco inútil
como todas las proezas insolubles,
como todos los sacos heridos,
condenados por su naturaleza horadada
a esquivar el tiempo,
a traicionar su propia esencia.

Dicen que en la eternidad que precede a la muerte
vemos pasar una a una,
en filminas engarzadas,
las estampas que los sacos perforados dejaron escapar.

Sólo entonces comprendemos nuestra crónica:
el día que paramos el viento,
las penas enterradas en gigantes tristezas ajenas,
la injuria que esquivamos
cuando se dirigía a nuestra sien,
la que no pudimos esquivar
y se volvió calima permanente,
los miedos disfrazados de reproches,
la gloria envenenada que silenciamos,
los ríos devueltos a su fuente,
la fuente enmudecida por rumores ilusorios,
la fuente convertida en brisa de mariposas.

No sé si sirve de algo comprender tan tarde,
yo por si acaso,
de vez en cuando,
juego a persuadir al mar, a seducir al viento.

Pistola de palabras

Yo tenía una pistola de palabras.
Al activar el gatillo contra alguien
de ese alguien salían frases balsámicas.

Me llevé la pistola en nochebuena,
"No es tu culpa es el hálito del tiempo",
comentó Pedro al servir la crema.
May no supo contestar. Probó un poquito,
y se quedó prendada de ese tacto:
 la calabaza, el puerro, algo de albahaca...

Disparé esta vez a mi sobrino:
"Solo el paso levísimo de un cuento
aliviará tu cieno", dijo mientras llenaba mi copa
de una especie de vino intrépido
sólo apto para héroes insensatos,
al beberlo entendí que me había disparado,
y fui yo la que tomó la palabra:
"No te apures, estoy hecha de algodones y victorias",
le dije a mi madre.

No sé si lo escuchó, tan absorta como estaba
recogiendo el plato de su hija
lleno de pieles de marisco.

"Duerme bien, tienes todos los septiembres", añadí.
Esta vez sí me miró.
La noté distraída, algo insensible,
esquivándome todas las tristezas.

Desde el punto de vista de una bala
es preciso ser rápida, invisible.
Comprendí que tendría que penetrar en su cabeza.
Rauda, esquiva, sinuosa,
firme como el hilo tras la aguja,
sin opción al titubeo,
allí estuve entre sus culpas y sus miedos,
entre tizas y pespuntes.
"Ay, hija, qué bonitos son tus sueños",
 conseguí que me dijera,
"aunque no son compatibles con mi cielo".