lunes, septiembre 30, 2019

Si silbo un segundo antes que el jefe de estación

Si silbo un segundo antes que el jefe de estación
el tren se mueve.
Si le pido al sol que se esconda a la hora precisa
provoco el ocaso.
Puedo hacer que las olas se vuelvan al mar
y que las ramas del olmo de mi ventana
me saluden.
Puedo incluso parar trenes,
hacer que ignoren
la tentación unívoca de la velocidad.
Sólo tengo que dar órdenes en el momento justo.

Hay un solo tiempo en el que no puedo entrar:
allá donde las niñas guardan como tesoro infame
sus llantos ignorados;
donde quizás mueran las vías
solas y deformes
como elefantes viejos;
donde se ahogan sueños
mientras los barcos cierran sus ojos inertes.

Hay un lugar al que no quiero mirar
si no me protege una cortina de lágrimas.