En tus manos un brote de tomillo.
Sobre un lecho de hierbas rigurosas
te tumbaste boca arriba.
Viste nubes con forma de amapola.
Yo escuchaba
tu discurso esparcido en la corriente,
el reproche en los ojos de los sauces,
el sigilo que fragua los disparos,
el consejo del búho.
–Soy feliz –, me dijiste.
Más allá de las colinas,
como aullidos inertes de otro mundo,
retumbaron los fusiles.
Nadie hablaba de la muerte.
Te dormiste a la sombra de un ensueño;
en el cielo ya no eran amapolas
sino restos de nuevos esqueletos.
El tomillo escapaba de tus manos.
Te dejé, con tu plácido letargo
y tu nube mudándose en sonrisa.
Un temblor en el párpado derecho,
la minúscula tensión de tu mejilla
delataban, quizás lejanas dudas.
Me alejé de tu cuerpo detenido
saciado de soflamas y razones.
Intentaba entenderte en tu sosiego;
pero entonces
vi pasar un cadáver por el río.
jueves, junio 04, 2009
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