jueves, enero 10, 2019

Persuasión

Convencí a las olas de quedarse quietas,
inmóviles unos segundos,
con su espuma congelada
 y el agua a punto de caer.

En la playa los paseantes
creían que se había parado el tiempo
y buscaban con la vista signos de vida,
de movimiento.
Sólo el mar estaba impávido.

Fue tan fugaz que no hubo ocasión de almacenarlo.
Los que lo vieron olvidaron la escena por imposible.
Y así cayó la proeza en saco inútil
como todas las proezas insolubles,
como todos los sacos heridos,
condenados por su naturaleza horadada
a esquivar el tiempo,
a traicionar su propia esencia.

Dicen que en la eternidad que precede a la muerte
vemos pasar una a una,
en filminas engarzadas,
las estampas que los sacos perforados dejaron escapar.

Sólo entonces comprendemos nuestra crónica:
el día que paramos el viento,
las penas enterradas en gigantes tristezas ajenas,
la injuria que esquivamos
cuando se dirigía a nuestra sien,
la que no pudimos esquivar
y se volvió calima permanente,
los miedos disfrazados de reproches,
la gloria envenenada que silenciamos,
los ríos devueltos a su fuente,
la fuente enmudecida por rumores ilusorios,
la fuente convertida en brisa de mariposas.

No sé si sirve de algo comprender tan tarde,
yo por si acaso,
de vez en cuando,
juego a persuadir al mar, a seducir al viento.

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